Jordi Díez, profesor titular e investigador de la Universidad de Guelph, Canadá, nos comparte este texto que fue publicado en “Los Grandes Problemas de México”, tomo VIII Relaciones de Género, editado por El Colegio de México en 2010.
El Movimiento lésbico-gay, 1978-2010
Jordi Díez
Introducción
Como se sabe, la sociedad, economía y política de México han pasado por cambios fundamentales en los últimos 30 años. De un sistema político y social controlado por un régimen autoritario basado en un modelo económico de sustitución de importaciones, a fines del siglo XX México contaba con un sistema político democrático, una de las economías más abiertas en el mundo y una sociedad mucho más independientemente organizada. Un elemento integral de estos cambios sociopolíticos y económicos ha sido la movilización y organización masiva de varios sectores de la sociedad mexicana, un proceso que se acelera a partir de la mitad de la década de los ochenta. Debido al deterioro de la situación socioeconómica de millones de mexicanos —el resultado de la crisis de 1982 y los efectos de la restructuración de la economía y la pérdida de legitimidad del régimen priista—, sectores importantes de la sociedad mexicana decidieron organizarse, movilizarse y presentar sus demandas sociopolíticas directamente ante el Estado mexicano, fuera de las estructuras corporativas. En efecto, una de las características más sobresalientes de los cambios sociales del México contemporáneo ha sido el surgimiento de movimientos sociales, un proceso que ha sido caracterizado como el “despertar social” de México (Chand, 2001). De mujeres, de indígenas, de clases populares, el país ha visto la creación y fortalecimiento de varios movimientos sociales importantes, muchos de los cuales —como el zapatista— han marcado de manera significativa la vida nacional.
Varios de estos movimientos han llamado la atención nacional e internacional tanto social como académica. Éste no ha sido el caso de uno de los movimientos sociales más antiguos, en su ámbito, del continente, y uno de los más exitosos: el movimiento lésbico-gay de México (LG). En efecto, a pesar de su longevidad, dinamismo y relativo éxito en adquirir una serie de demandas sociopolíticas, el LG mexicano no ha atraído el mismo interés que otros movimientos, como el feminista y los indigenistas. Esta colección de ensayos presenta una rara oportunidad para reparar esta peculiar falta de atención a un movimiento que ha luchado por las demandas de un sector importante de los mexicanos, un sector que ha sido marginado y reprimido durante décadas. Se presenta aquí, por consiguiente, una versión de las características, trayectoria y logros del movimiento LG en México, ya que, indudablemente, muchos de sus miembros celebrarán, como millones de otros mexicanos, los logros que el país ha obtenido en cuanto a libertades y derechos sociales desde su Independencia. El trabajo presenta la trayectoria del movimiento de manera cronológica, está dividido en tres partes, las cuales reflejan las etapas que han marcado la movilización lésbico-gay en México: de su surgimiento en 1978 a su declive en 1984; el periodo de debilitamiento y pérdida de presencia nacional, que aproximadamente comprende de 1984 a 1997, y la etapa más reciente y, sin lugar a dudas, la más fructífera del movimiento, de 1998 a la fecha.
Gestación, surgimiento y fortalecimiento del Movimiento Lésbico-Gay en México, 1978-1984
Es imposible entender el surgimiento del movimiento LG en México sin situarlo en el contexto de los grandes cambios sociopolíticos que el país presenció a fines de la década de los sesenta, mismos que facilitaron su surgimiento. En el ámbito social, la segunda parte de los sesenta marcó cambios culturales importantes, que fueron el resultado de niveles más altos de educación de la sociedad mexicana, de la creciente urbanización y de una acelerada secularización del país. Un agente importante en este proceso fue la recepción y adopción de valores por una clase creciente de jóvenes mexicanos, hijos de los llamados baby-boomers, valores que profesan movimientos estudiantiles internacionales y que consisten en transformar los conceptos de familia patriarcal, moral tradicional, adopción del uso de métodos anticonceptivos y el amor libre. Esta transformación demográfica y social incluye la liberación sexual en México; es por ello que en el país se forman grupos contraculturales y contestatarios, como La Onda, que propugnaban un modelo social distinto al preestablecido (Monsiváis, 1999).
El cambio de estos valores sociales, así como la toma de conciencia de la estrecha libertad política y social en el país, la cual se expresa de manera contundente en la matanza de Tlatelolco, son factores importantes en la movilización de varios sectores de la sociedad, donde destaca el estudiantil. Estos cambios sociales, tanto en México como en Europa y Estados Unidos, y una serie de eventos catalizadores —como la rebelión de Stonewall de 1969 y el despido en la ciudad de México en 1971 de un empleado de Sears por conducta supuestamente homosexual— incentivan a homosexuales mexicanos, entre los que destacan Nancy Cárdenas y Luis González de Alba, a unirse para analizar su situación de represión en México y cuestionar la estigmatización y la opresión social a los homosexuales. Vale la pena señalar que estas personas habían pertenecido a movimientos sociales durante los años sesenta.1 Es así como a principios de los setenta se forma el primer grupo homosexual en México: Movimiento de Liberación Homosexual.
Como sucede con muchos movimientos sociales, la influencia internacional ha jugado un papel importante en la evolución del movimiento LG en México. Así, la movilización de homosexuales en otros países influyó mucho en los temas que los grupos de homosexuales analizaban a principio de los setenta. Nutriéndose de información generada por grupos de liberación homosexual de Estados Unidos y Europa (sobre todo de los movimientos inglés y catalán), estas agrupaciones se dedicarían a un trabajo interno de análisis, toma de conciencia y discusión de lo que representaba ser homosexual. Nancy Cárdenas relataría después lo importantes que fueron en esos años los escritos enviados por Carlos Monsiváis desde Inglaterra, así como un documento escrito por homosexuales de Nueva York llamado: Veinte preguntas sobre la homosexualidad (Hernández y Manrique, 1994).
En las reuniones que mantuvieron durante la primera mitad de la década de los setenta, los homosexuales mexicanos empezaron a adoptar un discurso “liberacionista” basado en la necesidad de quitarse el estigma social, la represión y eliminar obstáculos a la libre expresión de la sexualidad. Así, en el año 1978 decenas de homosexuales se habían organizado y formado tres grupos: Frente Homosexual de Acción Revolucionario (FHAR), Grupo Lambda de Liberación Homosexual y Oikabeth.2 El FHAR, el grupo más contracultural de los tres, se conformó en su mayoría por hombres y sus miembros simpatizaban con el comunismo y el anarquismo. La membresía de Lambda era de hombres y mujeres, mayoritariamente de clase media. A pesar de que compartía algunas perspectivas ideológicas con el FHAR, Lambda adoptó claramente una visión feminista y una posición más pragmática. Por su parte, Oikabeth estaba formado únicamente por lesbianas y sería el grupo con fundamentos ideológicos más claros basados en principios lesbo-feministas.3
Es en este contexto que México ve el surgimiento del movimiento homosexual. A pesar de que en general es difícil identificar con precisión cuándo surge un movimiento social, en el caso de México el movimiento l g nace el 26 julio de 1978, cuando miembros del FHAR se unieron a una marcha contra la represión del régimen político que demandaba la libertad de presos políticos. Este contingente de homosexuales portó pancartas pidiendo, a su vez, la “liberación” de los ciudadanos homosexuales del sistema represivo dominante. Dos meses más tarde, miembros de los tres grupos decidieron continuar este proceso de “salida del clóset” y se unieron a la marcha conmemorativa del décimo aniversario de la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1978. Si bien aprensivos y temerosos, homosexuales mexicanos decidieron así salir a la calle a demandar un alto a la represión y una nueva relación con el resto de la sociedad y el Estado mexicano. Los homosexuales mexicanos habían “salido del clóset”.
Durante los siguientes años, la vitalidad y presencia social del movimiento aumentaron de manera significativa, fortaleciéndolo por consiguiente. Si bien integrantes de los tres grupos diferían en los objetivos y estrategias que el movimiento debería adoptar —algo que, como veremos más adelante, contribuiría en gran parte a su debilitamiento a mediados de los ochenta—, de 1978 a 1982 el movimiento se abocó a dos tareas primordiales: abrir espacios públicos sin represión y educar al resto de la población sobre la “condición homosexual”. En cuanto a la apertura de espacios públicos, una acción importante fue el inicio de la marcha del “orgullo gay” celebrada a finales de junio de 1979. Durante el último fin de semana del mes de junio de ese año, miembros del movimiento decidieron desfilar por la avenida Paseo de la Reforma, como parte de las marchas del orgullo gay celebradas en capitales internacionales.4 El nivel de repudio a la celebración de la homosexualidad en público fue tal que el entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), les negó marchar por la avenida más importante de la ciudad de México y los obligó a ir por una calle lateral, Río Lerma. Sin embargo, a raíz de peticiones y negociaciones, al año siguiente integrantes del movimiento convencerían a las autoridades para marchar por el Paseo de la Reforma, acto que desde ese momento se convirtió en uno de los eventos más importantes y simbólicos de la movilización lésbico-gay en México. La importancia de la marcha fue ganar por primera vez un espacio público, lo cual resultó un logro político. En aquellos años las militantes marcharon con pancartas con los lemas: “No hay libertad social sin libertad sexual”, “Homosexuales y feministas unidos contra el machismo” y “En mi cama mando yo”. Si bien la marcha puede ser criticada por no presentar una imagen global de la realidad de gays y lesbianas mexicanos, no cabe duda que haber ganado ese espacio público al menos una vez al año representó un logro importante. La lucha por la apertura de espacios públicos durante esos años también incluyó demandas de un alto a la represión, particularmente por cuerpos policiacos que realizaban razias de manera rutinaria en establecimientos comerciales frecuentados por gays y lesbianas (Lumsden, 1991).
La presencia del movimiento también aumentó con la presentación en esa época de varias actividades culturales con temática homosexual. Autores como José Rafael Calva, Luis Zapata y José Joaquín Blanco publicaron trabajos literarios con una temática abierta y claramente homosexual. Luis Zapata, por ejemplo, publica la novela El vampiro de la colonia Roma, primera obra que trata la vida gay sin prejuicios sociales, convirtiéndose en una de las obras literarias gay más importantes de México y que obtiene un premio: el Juan Grijalbo. Blanco publicaría Ojos que da pánico soñar. Por su parte, Nahaum Zenil, Salvador Salazar, Armando Cristeto, Oliverio Hinojosa y Reinaldo Velázquez harían lo mismo en el terreno de las artes plásticas. El escenario también se convertiría en un medio importante para abrir espacios, romper tabúes y ganar presencia. En 1980 el músico José Antonio Alcaraz convoca a un grupo de jóvenes actores en un café del Pasaje Jacarandas de la Zona Rosa y les propone poner en escena una obra que trataría la condición homosexual: Y sin embargo se mueve. Impensable años atrás, y entusiasmados por el boom literario de esos años, la obra se estrena en un espacio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y es todo un éxito, las actuaciones estuvieron a cargo de Delia Casanova, Fernando López Arriaga, Gustavo Torres, Jorge Cuesta, Gustavo (Tito) Vasconcelos, Carlota Villagrán y Homero Wimer.5 Considerado un escándalo local para unos y aplaudida por otros, la obra tuvo más de 200 representaciones y marcó el principio de la fusión de la cultura y de la identidad gay en la ciudad de México. En el ámbito musical, Mario Rivas ingresa al grupo Música y Contra Cultura (MCC), agrupación de rock que incorpora la temática gay. Así, desde su inicio el movimiento LG mexicano tuvo una veta cultural muy importante, la cual permitiría a muchos homosexuales mexicanos explorar su condición de manera pública.
Esta veta culminaría años más tarde con la creación de la Semana Cultural Gay, misma que llegaría a ser uno de los eventos más importantes de la comunidad gay en la ciudad de México. Aparte del aspecto cultural, una de las características importantes del movimiento LG durante sus primeros años fue el esfuerzo que muchos de sus miembros realizaron para hacer visible su causa y para educar a la población en general sobre la homosexualidad, algo que decidieron llevar a cabo por la vía mediática. Cabe mencionar que la homosexualidad, término acuñado a finales del siglo XIX, era vista por la sociedad como una condición y una desviación social, y no cómo una sexualidad alternativa. Es por ello que miembros del movimiento tuvieron que articular un discurso que pasara de la sexualidad a la reivindicación de demandas sexo-políticas; sus militantes se dieron entonces a la tarea de hacer presentaciones en universidades, sindicatos y preparatorias (Castro, 2008).
La organización y movilización de homosexuales mexicanos, la articulación de sus demandas liberacionistas y la discusión del significado de ser homosexual contribuyeron a la formación de una identidad de grupo, la cual se plasma en la adopción del término gay, y no homosexual. Mientras el término homosexual se refiere a un tipo específico de sexualidad, el término gay, que había sido adoptado por el movimiento LG de Estados Unidos, se refiere a la adopción de una manera de vivir basada en la sexualidad, como lo expone Xabier Lizárraga, sexólogo y militante pionero del movimiento: “Gay era una palabra identitaria… nosotros creíamos que gay tenía una connotación filosófica… decíamos que gay se refería a personas fuera del clóset y que se asumen como homosexuales y generan su expectativa de vida desde la perspectiva de su homosexualidad, apoyándonos en Foucault” (Lizárraga, 2009).
Así, miembros del movimiento empiezan a desarrollar una identidad colectiva, que los separa de la identidad sexual hegemónica y omnipresente y que les ayuda a atribuir a sus rasgos comunes y experiencias de vida una dinámica de grupo. Esto no quiere decir que dentro del movimiento no hubiera disensión. En efecto, miembros más críticos del movimiento, como Yan María Castro, argumentaron que el término negaba distinciones importantes dentro del colectivo, basadas en clase por ejemplo, y representaba la cooptación del movimiento por el mercado, fenómeno que se reproducía en Estados Unidos. Sin embargo, en el caso mexicano es a principios de los años ochenta cuando el término lo adoptan integrantes del movimiento y se empieza a transitar de una identidad de liberación a una identidad gay.
La adopción de una identidad colectiva se refleja por una cantidad destacada de actividades importantes y visibles que el movimiento realiza en esta época y que demuestran la incipiente formación de la identidad. A finales de los setenta aparecen dos publicaciones realizadas por y para el movimiento; en 1979 se publica Política Sexual, primera revista con temática gay en México y que recoge de manera importante las articulaciones políticas del movimiento. Realizada por un comité creado por integrantes del movimiento,6 la publicación presentaba ideas articuladas con base en los escritos de Wilhelm Reich, quien defendía la liberación sexual como liberación política. En mayo del mismo año el FHAR publicaría la revista Nuestro Cuerpo, la cual habla de la necesidad de contar con foros comunes de expresión. Ninguna de las dos publicaciones sobrevivió, pues al no obtener permisos de la Secretaría de Gobernación fueron clausuradas, pero articularon la necesidad de fortalecer al movimiento y promover la concientización entre homosexuales de su situación y de la necesidad de tomar posición política (Peralta, 2006). A fines de 1979 se llevó a cabo en el Centro Médico de la ciudad de México el Cuarto Congreso Mundial de Sexología; en él, y por primera vez, el sexólogo Xabier Lizárraga, miembro del comité organizador, propone crear una sesión abierta a los grupos homosexuales, misma que es aceptada. La idea emana en la organización de un taller sin cobro al cual asistieron activistas y, según Lizárraga, representó un ejercicio de educación mutua entre homosexuales y heterosexuales (Lizárraga, 2008). Es a partir de estas actividades que Lizárraga y otros deciden fundar el Instituto Mexicano de Sexología. Otra actividad importante son las manifestaciones públicas más allá de las marchas del orgullo; en 1980 las tres agrupaciones más importantes de la época, Lambda, FHAR y Oikabeth ingresan a la basílica de Guadalupe en procesión por el asesinato del arzobispo Óscar Romero. En un acto de igual atrevimiento, en mayo del mismo año, militantes protestaron fuera de las oficinas centrales de la policía capitalina pidiéndole a su director, Arturo Durazo, el alto a las razias a homosexuales en la ciudad de México (Lumsden, 1991).
La gran presencia, la toma de consciencia y la formación de una identidad colectiva se refleja también en la proliferación de grupos gay y lésbicos. Mientras que a fines de los setenta existían tres grupos, a principios de los ochenta surgen muchos otros: Horus, Grupo Amhor, Buquet, Grupo Nueva Batalla y Guerrilla Gay. El movimiento también tiene repercusiones en provincia y en 1984 surge en Guadalajara el Grupo Gohl (Grupo de orgullo homosexual de liberación), liderado por Pedro Preciado.
Una característica destacable del movimiento LG en México —cuando se compara, por ejemplo, con el estadounidense— es su relación estrecha con la acción política y la izquierda mexicana. Como hemos visto, los pioneros del movimiento fueron en su mayoría líderes de movimientos estudiantiles y de izquierda de los años sesenta, y durante la década de los setenta se identificaban con las reivindicaciones sociopolíticas de la izquierda mexicana que buscaba cambios sociales y políticos fundamentales. Si bien algunos integrantes, como ciertos miembros del grupo Lambda, pertenecían a la clase media y no adoptaron una posición radical ni revolucionaria, la mayoría se identificaba con la izquierda y sus objetivos. En 1982, ya que habían adquirido cierto grado de presencia y que la apertura de espacios públicos se había logrado (la marcha del orgullo se realizaba cada año), integrantes del movimiento decidieron formar alianzas estrechas con movimientos políticos y, con una estrategia más global de avanzar en sus demandas, con partidos políticos. Así, en 1982 miembros del movimiento decidieron colaborar con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que postulaba a Rosario Ibarra como candidata a la presidencia nacional, y aceptaron nominaciones de varios candidatos abiertamente gays a diputaciones. Las candidaturas fueron organizadas por el Comité de Lesbianas y Homosexuales en Apoyo a Rosario Ibarra (CLHARI) y estaban conformadas por Lupita García de Alba y Pedro Preciado en Guadalajara y por Claudia Hinojosa y Max Mejía en la ciudad de México.
Ninguna de las candidaturas fue exitosa, pero optar por la vía electoral fue un hecho sin precedente y de mucha importancia para la evolución del movimiento, por varias razones. En primer lugar, postular candidatos abiertamente homosexuales le dio al movimiento una presencia monumental, pues la reacción de los medios de comunicación fue extensa, si bien alarmista. En un país donde la homosexualidad era tema tabú y no se discutía abiertamente en público, la cobertura en radio y televisión contribuyó a abrir el debate en todo el país. Cabe enfatizar que este proceso se lleva a cabo en una época en que la mayor parte de América Latina se encontraba bajo dictaduras militares en donde la represión a los homosexuales era, en muchos casos, política de Estado. El temprano surgimiento del movimiento mexicano lo hace una de las excepciones en la región. Optar por la vía político-electoral también marcó el principio de una estrategia del movimiento que sería parte importante de él en los años por venir, como veremos más adelante. En efecto, mientras que parte del debate central de movimientos sociales en América Latina ha sido qué tipo de relación se tiene que forjar con el Estado, para una parte importante del movimiento LG en México ha sido abandonar la opción de permanecer completamente autónomos e ingresar de lleno al proceso electoral como parte de una estrategia para lograr reivindicaciones. Lo que no significa que dicha opción fuera apoyada por el movimiento en su conjunto, muchos de sus integrantes se rehusaron a adoptar tal estrategia. Quienes adoptaron un discurso revolucionario, como los integrantes de los grupos FHAR y Oikabeth, argumentaron que la estrategia reformista no contribuía al establecimiento de un nuevo orden social y le proporcionaba legitimidad al orden establecido. Aun miembros de grupos centristas, como Lambda, argumentaban que el movimiento no se debía partidizar y decidieron formar agrupaciones independientes. Éste fue el caso de la nueva agrupación Guerrilla Gay, cuyos integrantes pertenecían a Lambda y decidieron abandonarla por su apoyo a las candidaturas del PRT. La falta de acuerdos sobre qué tipo de estrategia debería adoptar el movimiento, después de varios logros, sería uno de los factores que contribuirían a su declive durante la década de los ochenta, como se analiza en la próxima sección.
Declive del movimiento, 1984-1997
Con la misma rapidez con que el movimiento logró adquirir presencia, en un par de años se debilitó de manera significativa: perdió fuerza y entró en una etapa de “hibernación”. A pesar de que el proceso de apertura política en México se acelera durante la década de los ochenta —el cual contribuye de manera importante al inicio de la movilización en masa de la sociedad mexicana—, el movimiento LG tuvo una notable pérdida de vitalidad y presencia en 1984, situación que duró hasta aproximadamente 1997. Ello se debió, en gran parte, a la imposibilidad del movimiento de transformar el discurso liberacionista en una demanda de derechos sexuales, como ha ocurrido con otros movimientos LG en el mundo, fenómeno que deriva de la necesidad de activistas homosexuales mexicanos de enfocarse en atender los problemas más prácticos de la epidemia del sida (entender la enfermad y obtener ayuda médica), y en debatir dentro del movimiento lo que la enfermedad significaba para los homosexuales. La aparición de la epidemia despertó una reacción muy negativa de actores y grupos de derecha en México, que responsabilizaba a los homosexuales de la enfermedad. El movimiento atraviesa entonces por un proceso de introspección que debilita su presencia, vitalidad y avance en demandas políticas al Estado.
A pesar de la atención recibida en 1982 con las candidaturas del PRT, el movimiento entró en una etapa de discusión y tensión en torno al tipo de estrategias a seguir y tuvo una división fatal. Por un lado, y como vimos, un contingente importante decidió integrarse a la vida política del país uniéndose a un partido político. Lo que provocó el rechazo de la mayoría de los integrantes del movimiento, incluso de miembros del grupo menos radical, Lambda, quienes formaron una nueva agrupación. Por otra parte, el discurso radical de grupos como FHAR, quienes proclamaban la necesidad de luchar por una revolución, marginó a varios individuos e hizo más difícil el reclutamiento de nuevos miembros.7 El papel que jugó el feminismo también fue importante en esta división. Los grupos Oikabeth y Lambda adoptaron una posición feminista desde su origen, sin embargo, integrantes de Oikabeth se consideraban feministas antes que lesbianas, una posición en el extremo opuesto de la posición del FHAR, cuyos miembros rechazaban el feminismo como parte de su lucha política. La inhabilidad de acordar sobre el rol que el feminismo debería jugar en la lucha homosexual hizo imposible un acercamiento entre miembros del FHAR y Oikabeth (Hernández, 2007; Castro, 2008).
Pero más fundamental fue la falta de articulación de un discurso que pasara de la necesidad de liberarse a uno que se adaptara a las nuevas realidades del país. La crisis económica de 1982, que sería la primera de una serie durante la década, afectó de manera directa a varios sectores de la población, incluyendo a la clase media. El deterioro de las condiciones socioeconómicas fue un catalizador en la formación de movimientos sociales que empezaron a estructurar demandas de mejoras a su situación. Es en esta época, por ejemplo, que el movimiento de mujeres se fortalece, especialmente en clases populares. Pero no ocurrió lo mismo con el movimiento LG. Mientras años atrás la lucha se había realizado en torno a la liberación, y ya que ciertos espacios se habían ganado, la mayoría de homosexuales mexicanos no pudieron elaborar un discurso que respondiera a la crisis. De acuerdo con una activista pionera: “No logramos utilizar un lenguaje para abordar esa crisis tremenda. No veíamos las conexiones entre nuestra lucha y los cambios más amplios. Hubiésemos enganchado nuestro tema con lo económico, pero no pudimos. El lenguaje liberacionista ya no bastaba. Aquí estamos, liberados, ¿y luego?”.
Este fenómeno se agudizó por el temor de varios participantes de perder su empleo por ser homosexuales, por la marginalidad con la que sectores de la población veían el tema de la liberación sexual y, dada la situación socioeconómica, por la necesidad que tuvieron muchos jóvenes de volver a su casa y entrar de nuevo al clóset.
Por estas razones, la movilización LG entró en declive en 1984 y quedó básicamente paralizada después de una confrontación verbal y física entre sus participantes el día de la marcha del orgullo. Las razones de la confrontación varían dependiendo de la persona a quien se le pregunta. Sin embargo, queda claro que, para algunos integrantes del movimiento, este altercado representó la culminación de una serie de desacuerdos, ya que simplemente no pudieron conciliar sobre los objetivos, estrategias y liderazgos. Se ha comentado que la división en el seno del movimiento no es de sorprender, dada la incapacidad que existe entre la izquierda mexicana de mantener una coordinación y organización sostenidas, su propensión a crear facciones y la facilidad con que crea vedetismos o caudillismos (Lumsden, 1991). Sean o no éstas las razones, no cabe duda que, de acuerdo con sus miembros, en 1984, por la falta de acuerdos, el movimiento había llegado a un impasse. Dicha situación quizá no pudo quedar mejor plasmada que en la publicación del documento: Eutanasia del movimiento lilo. En él, Juan Jacobo Hernández, líder del FHAR, expone los motivos por los cuales el movimiento se debilitó; según el autor, la caída del movimiento se debió, entre otras, a las pugnas internas, la posición quejumbrosa de varios grupos vis-à-vis el discurso de la opresión, la sobrerrepresentación de grupos defeños, la falta de sustento teórico y la búsqueda de una identidad homosexual sin considerar diferencias ideológicas (Conaculta-INAH, 2004). El debilitamiento del movimiento también resultó en la desaparición de los tres grupos pioneros.
Si bien las divisiones internas paralizarían al movimiento, nadie estaba preparado para la nueva realidad que azotaría a los homosexuales en México: la llegada de la epidemia del sida. Como se sabe, el primer informe de la enfermedad apareció en un artículo del The New York Times el 3 de julio de 1981, en él se hablaba de una enfermedad misteriosa que afectaba a la población homosexual masculina. El primer caso en México se reporta a fines de 1983, la llegada del sida al país desata un enorme pánico social —por la ignorancia sobre la enfermedad— y surge un discurso que atribuye toda la culpa a los homosexuales, asociando la enfermedad con la promiscuidad entre ellos. Aunque los voceros de este discurso pertenecían a la derecha, y no sorprendentemente a la jerarquía de la Iglesia católica8 que veía la enfermedad como venganza natural al comportamiento de los homosexuales, miembros de la comunidad médica también contribuyeron a la formación del discurso y al pánico social. Por ejemplo, el jefe académico de gastroenterología de la Facultad de Medicina de la UNAM declararía: el padecimiento se presenta en homosexuales promiscuos y drogadictos en un 92%, porque usan agujas contaminadas, o una y otra cosa, homosexualidad y drogadicción están interrelacionados… ¿Que por qué la enfermedad sólo afecta a los homosexuales? Bien pudiera ser obra de castigo divino (El Sol de México, 24 de agosto de 1985). Este planteamiento no sólo hizo muy difícil discutir el tema en público, incluso llegó a ser tabú, sino que de hecho culpó a las víctimas: los homosexuales se vuelven los culpables de la existencia y propagación del virus del VIH/sida. Es por ello que popularmente se le empieza a llamar el “cáncer rosa” o “la plaga gay”. El resultado es la formación de un discurso de persecución a los homosexuales, éste y el pánico social que alimenta acaba destruyendo al movimiento LG en México. Por la ignorancia sobre el tema, los homosexuales, casi todos hombres, se dan a la tarea de entender la enfermedad al interior del movimiento y de intentar comprender la relación entre ella y la homosexualidad.9
El resultado de la epidemia fue un vuelco hacia dentro del movimiento y a la introspección, algo que resulta semejante a una hibernación. Los grupos creados en los años setenta desaparecen y se forman otros; quizá nada ejemplifica más el cambio de las etapas del movimiento LG que la desintegración del grupo FAHR y su remplazo por el grupo Colectivo Sol, que se dedicó exclusivamente a recabar información sobre la enfermedad y a distribuirla entre la comunidad, así como a facilitar los servicios médicos a homosexuales que la padecían.
Los esfuerzos heroicos de los homosexuales varones en esta etapa del movimiento para ayudar a compañeros infectados por la epidemia son hechos poco conocidos en la historia de México y, sin duda, de los más dolorosos. El discurso de persecución facilitado por la Iglesia católica y la falta (y en algunas instancias rechazo) de atención a las víctimas por parte del Estado, no dejaron otra opción que la autoayuda. Los nuevos grupos que se formaron en esa época, Colectivo Sol, Guerrilla Gay y, unos años más tarde, Cálamo se dieron a la tarea de organizar eventos informativos, de apoyo social y de recaudación de fondos para atender a las víctimas. Así, ex integrantes del grupo Lambda (Xavier Lizárraga, Jesús Calzada, Luis González de Alba y Tito Vasconcelos) formaron el grupo Cálamo y organizaron reuniones semanales de información y recaudación de fondos con el apoyo de bares de la Zona Rosa. Éste fue el caso de Los martes del Taller, realizado en uno de los bares gay más entrañables de esa comunidad en el Distrito Federal: El Taller, ubicado en la calle Florencia. Los esfuerzos realizados no tuvieron precedentes; a mediados de los ochenta la actividad contaría con 20 profesionistas voluntarios y más de 60 miembros. De esta manera el movimiento pasa de la liberación a la sobrevivencia, y sería hasta muchos años después que volvería a recuperar la vitalidad que una vez tuvo.
De la hibernación a la acción política
El vuelco del movimiento a la introspección duró el resto de los años ochenta y principios de los noventa. Lo que no quiere decir, por supuesto, que gays y lesbianas en México se hayan mantenido en completa inmovilidad; de hecho, la segunda etapa de los ochenta presenció la apertura de varios espacios mercantiles de esparcimiento, sobre todo en la Zona Rosa de la ciudad de México, algo que condujo a la “guetización” (reducción de actividades en público a lugares restringidos, o guetos) de la comunidad gay. En gran parte esto de debió a una cierta emulación de las comunidades gay en Estados Unidos, las cuales habían optado por formar guetos comerciales en las grandes metrópolis, un proceso que ha sido mucho menos visible en Europa. La vida cultural también continuó como parte de la comunidad gay y lesbiana de la ciudad de México. Como culminación de varias exposiciones y conferencias organizadas por agrupaciones lésbicas y gays, durante la década de los ochenta se creó la Semana Cultural Lésbico-Gay; inaugurada y dirigida por José María Covarrubias en 1987, esta semana cultural se ha realizado año con año en el Museo del Chopo, destacando como una de las actividades más importantes de la comunidad lésbico gay en México. Sin embargo, la movilización activa dejó de existir durante estos años.
De manera similar a lo ocurrido durante los años setenta, cambios sociales y políticos importantes en los ámbitos nacional e internacional afectaron de manera directa la evolución del movimiento a mediados de los años noventa: lo dotaron de fortaleza y lo volvieron uno de los más dinámicos del país. En el escenario internacional, el cese de la confrontación ideológica entre las dos potencias de la Guerra Fría, con el desmembramiento de la Unión Soviética a fines de los ochenta, creó un espacio propicio para el avance y asentamiento del discurso sobre la importancia de los derechos humanos. El fin de la Guerra Fría le dio una ventaja paradigmática al discurso liberal que estaba anclado en el concepto de los derechos humanos, el cual empezó a ser adoptado por integrantes de los movimientos sociales en países en transición a la democracia y por instituciones internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Como resultado de lo que el teórico canadiense Michael Ignatieff (2002) ha llamado “la revolución de los derechos humanos”, la importancia acordada de los derechos individuales permea el emergente discurso internacional y se materializa con una serie de conferencias internacionales organizadas a principios de los noventa por la ONU y delegaciones nacionales, y vastamente atendidas por organizaciones no gubernamentales. En el caso de México, el discurso de derechos humanos empieza a ser adoptado, si bien de manera formal, por el régimen.10 Pero de manera más significativa el nuevo discurso lo adoptan miembros de la sociedad civil organizada, el cual es, en muchos casos, utilizado como herramienta en la lucha por la democratización del país. El respeto a los derechos humanos le dio, pues, sustento discursivo a una gama importante de movimientos sociales en México, entre los que se encontraba el movimiento LG. En efecto, mientras que una de las razones por las cuales el movimiento perdió vitalidad durante los primeros años de la década de los ochenta fue el no poder articular un discurso que resonara en el resto de la población, el ascenso de la importancia de los derechos humanos durante los noventa le brindó al movimiento la oportunidad de hacerlo. Es así como los infatigables activistas mexicanos que lucharon por tratamientos médicos para gente infectada con VIH/sida empezaron a estructurar sus demandas: ¡como ciudadanos mexicanos tenemos el derecho a ser atendidos por el Estado! El hecho de presentar demandas políticas, en este caso acceso a la atención pública, basadas en derechos empezó a dar resultados: en 1998 el acceso a antirretrovirales se extendió por parte del gobierno mexicano a servidores del Estado y en 2003 al público en general.
El discurso de derechos humanos como herramienta de movilización fue sólo parte de un conjunto de elementos que el movimiento LG en México adoptó en los noventa. Durante la década dos acontecimientos importantes le dan al movimiento elementos clave para desarrollar un sustento teórico a su lucha social y política. El primero se refiere al nacimiento, a principios de la década, de la que se conoce como teoría Queer. En 1990, la académica Judith Butler genera un revuelo con la publicación de su libro Gender Trouble. En él, la autora refuta la distinción tajante que ha existido entre los conceptos de sexo, género y deseo sexual, y argumenta que el feminismo se equivoca cuando toma a la mujer como una categoría sólida. Esto se debe a que el término “mujer” no es una unidad natural, sino una ficción regulatoria cuyo despliegue, accidentalmente, reproduce relaciones entre sexo, género y deseo que han normado la heterosexualidad. Para ella, en lugar de naturalizar las relaciones homosexuales, lo que se tiene que hacer es “deconstruir” el género, puesto que hablar de una identidad de género no facilita la legitimación de los homosexuales como sujetos. Butler sugiere que el género es una ficción cultural, un efecto preformativo de hechos reiterativos: la constante estilización del cuerpo. Por consiguiente, la heterosexualidad, que se ha visto como algo natural y sin necesidad de explicación, es también una producción discursiva, un efecto del sistema de género y de sexo. Para la autora la homosexualidad no es inferior a la heterosexualidad.
Los argumentos de Butler son fundamentales en la construcción de un acercamiento teórico, el queer, al nexo entre los tres conceptos, género, sexo y deseo sexual. Se refiere a los modelos analíticos y gesticulaciones que dramatizan las incoherencias o incongruencias entre las relaciones, supuestamente estables, entre sexo, género y deseo sexual. Refuta el modelo de estabilidad de acuerdo con ellos, el cual establece la heterosexualidad como su origen, cuando es en realidad, de acuerdo con teóricos queer, su efecto, y se enfoca en los desencuentros (mistmatches) entre sexo, género y deseo sexual. Una de las aportaciones más importantes de esta teorización es que dichos desencuentros producen una gama importante de diversidad, como las preferencias individuales se ubican en distintos puntos a lo largo de este nexo, es decir, la existencia de una diversidad género-sexual. Es así como, por medio de la teoría Queer, el concepto de diversidad sexual es sustentado teóricamente y surge como fundamental en los movimientos lésbicos y gays, sobre todo en Estados Unidos y Canadá.
Como suele pasar con la transmisión de ideas, la teoría Queer no tardó mucho en ingresar a México, a principios de los noventa instituciones como el Programa Universitario de Estudios de Género (p u e g) de la u n a m la integra en su repertorio conceptual y comienza a impartir cursos y seminarios utilizándola. Líderes del movimiento empezaron a empaparse de esta conceptualización e, influenciados por procesos similares en Estados Unidos, a adoptar el concepto de diversidad sexual como componente importante de su nuevo discurso de reivindicación política que, junto con el concepto de derechos humanos, le proporcionan un sustento teórico: el derecho a la diversidad sexual. En México el concepto de diversidad sexual, al parecer, ha sido recibido de una manera impresionantemente exitosa por dos razones fundamentales. La primera es el ascenso de la noción de diversidad y pluralidad social, que cuestionó de manera significativa la construcción contemporánea de México como unidad social, racial y lingüística: el México mestizo de Vasconcelos. La noción de un país socialmente diverso fue en gran parte impulsado, obviamente, por el discurso zapatista de 1994, el cual desafió la visión de que México tiene una identidad monolítica. Como sabemos, la lucha zapatista y el discurso de diversidad con el que se ha dado han transformado la visión que los mexicanos tienen de su país y de la vida nacional. No es de sorprender, entonces, que el ascenso del concepto de diversidad sexual haya resonado en este contexto de cambio hacia un México más diverso.
La segunda razón es, posiblemente, la noción muy diversa del significado que tienen las prácticas sexuales para sectores importantes de la sociedad mexicana. Mientras que en ciertos países existe una dicotomía clara entre lo homosexual y lo heterosexual, trabajos académicos recientes y muy importantes han confirmado lo que muchos en México sabemos: existe una gama de sexualidades y cómo les damos significados (Núñez Noriega, 2007 y Gallegos Montes, 2007). Así, un hombre que tiene sexo con hombres sólo de manera esporádica, en muchos de los casos en México, no necesariamente se considera homosexual. El concepto de diversidad sexual en este país ha llegado a un auditorio muy receptivo. A diferencia de lo ocurrido en los ochenta, el movimiento LG pudo delinear sus objetivos de lucha en un marco discursivo que estaba, esta vez, ubicado en los cambios sociopolíticos que ocurren en el país, lo que ha contribuido de manera directa al fortalecimiento del movimiento durante los últimos 10 años.
Dos factores adicionales han ayudado a dicho fortalecimiento. El primero se refiere a su transformación, de un movimiento social “callejero” a uno profesional, institucional y con liderazgos nuevos. Como sucedió durante la década de los noventa con muchos otros movimientos, el acceso a fondos de fuentes nacionales y, más importante, internacionales ha hecho que el movimiento se profesionalice e institucionalice para poder contar con los recursos. Así, el número de organizaciones no gubernamentales que se dedican al avance de las reivindicaciones sociopolíticas se ha incrementado de manera significativa, no sólo en la ciudad de México, sino a lo largo del país. El proceso también se ha caracterizado por el arribo de líderes jóvenes interesados en avanzar en el tema. Si bien existe un debate en torno a dicho tipo de institucionalización (argumentando que los movimientos sociales pierden vitalidad), no cabe la más mínima duda que esta clase de proceso ha logrado que las agrupaciones hayan podido avanzar en sus demandas de una manera más enfocada y hábil, dado que han podido utilizar el apoyo de expertos.
El segundo factor se refiere a la apertura del sistema político mexicano, un proceso que se acelera en 1997 cuando el p r i pierde la mayoría en la Cámara Baja del Congreso y el p r d gana la gubernatura de la ciudad de México. Para gran parte de activistas gays y lesbianas en México, el cambio representó la apertura que necesitaban para finalmente mostrar de manera directa al Estado sus demandas sociopolíticas. Así, en 1997 por primera vez en la historia del país es electa una diputada abiertamente lesbiana en la Cámara de Diputados, Patria Jiménez, quien representará los intereses del movimiento en el Congreso. La elección de Jiménez será la primera de una serie de postulaciones y de elecciones de candidatos gays y lesbianas en los ámbitos nacional y del Distrito Federal hasta la fecha. De hecho, una de las características más sobresalientes del movimiento LG en México ha sido su estrategia de abandonar el debate sobre lo importante que es mantener su autonomía del Estado e insertarse de lleno en la vía políticoelectoral del país. Así, el movimiento en México en esta última etapa ha presionado de manera directa, dentro del Estado y con apoyo de activistas, en el avance de una serie de demandas, muchas de las cuales se han logrado. En efecto, la lista de logros en cuanto a políticas públicas, sobre todo en el ámbito local, es significativa, más todavía si se toma en consideración el estado del movimiento a principios de la década de los noventa.11
Conclusión
La evolución del movimiento LG de México que aquí se presenta obviamente es general y sacrifica la sutileza y complejidad de esta lucha, así como la diversidad de las contribuciones de sus integrantes a lo largo de 30 años. La alusión que se hace al éxito del movimiento durante la última década en el logro de reivindicaciones políticas, no tiene el propósito de presentar una aproximación a la evolución del movimiento como un éxito completo. En efecto, la historia que aquí se presenta está basada, primordialmente, en un aspecto del movimiento que se ha desarrollado en la ciudad de México, que exhibe una realidad muy diferente de otras zonas del país donde esta lucha aún tiene que comenzar. El hecho de que México cuente con el segundo índice más alto de crímenes de odio contra personas homosexuales en América Latina, es testimonio del largo camino que hay que recorrer para que los homosexuales mexicanos puedan gozar de los derechos y libertades que nuestros héroes de la Independencia hubieran querido que todos los mexicanos alcanzaran. Sin embargo, no cabe duda que los cambios que el movimiento ha podido lograr son motivo de congratulación y testimonio. Se presenta entonces este recuento como testimonio de los infatigables integrantes del movimiento LG de México.
* Publicado en Los Grandes Problemas de México, tomo VIII “Relaciones de Género. El Colegio de México, México, 2010
** Profesor titular e investigador de la Universidad de Guelph, Canadá. jdiez@uoguelph.ca
1 González de Alba fue líder estudiantil del movimiento de 1968 y Cárdenas participó en el movimiento ferrocarrilero.
2 Oikabeth deriva del maya Olling Iskan Katuntat Bebeth Thot, que en castellano significa “movimiento de mujeres guerreras que abren paso derramando flores”. Conformado exclusivamente por mujeres, este grupo remplaza al de lesbianas, Lesbos, fundado por Yan María Castro.
3 De acuerdo con una de sus fundadoras, el marco teórico referencial fue el trabajo de la feminista francesa Monique Wittig (Castro, 2008).
4 La mayoría de las metrópolis de países industrializados celebran marchas del orgullo gay el último fin de semana del mes de junio, tradición que tiene como referente el inicio del movimiento LG estadounidense, pues es en junio de 1969 cuando homosexuales y transexuales decidieron por primera vez confrontar a la policía neoyorkina cuando ésta efectuaba una razia en el bar Stonewall Inn de Manhattan.
5 Esto no quiere decir que fuera la primera novela con contenido abiertamente homosexual en México, pero sí representa el proceso de apertura que se da en esos años. Vale la pena recordar que sólo dos años atrás, El Mocambo, de Alberto Dallal, obra que narra los aconteceres de tres amigos durante un fin de semana, manejó la temática homosexual de manera sutil.
6 Como Juan Jacobo Hernández, Ignacio Álvarez, Teresa Incháustegui, Armando Torres Michúa y Braulio Peralta.
7 Juan Jacob Hernández, líder pionero e integrante del FHAR, ha declarado que, en retrospectiva, esta postura fue un error táctico, pues resultó en la pérdida del apoyo de las bases (Hernández, 2007).
8 Por ejemplo, el nuncio papal en México, Girolamo Prigione, declara en 1985: “El sida es el castigo que Dios envía a los que ignoran sus… el homosexualismo es uno de los vicios más grandes que condena la Iglesia” (Excélsior, 31 de agosto de 1985).
9 Para uno de los mejores trabajos sobre las consecuencias sociales de la aparición del sida en México, véase Galván Díaz, 1988.
10 Vale la pena recordar que, en gran parte presionado por Estados Unidos ante la pendiente ratificación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el gobierno mexicano establece la Comisión Nacional de Derechos Humanos (c n d h) en 1992.
11 La lista de políticas públicas que el movimiento ha logrado impulsar en México es demasiado basta para presentarla aquí. Un listado de las políticas públicas que han sido impulsadas en el ámbito local se encuentra en c d h d f (2009).
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