Trabajando a marchas forzadas
Sea en su hogar o en una empresa, como empleadas o como patronas, en trabajos “propios” del sexo femenino o en los que nunca habrían pensado incursionar, las mujeres avanzan a paso constante en el mercado laboral. En medio de la desigualdad de oportunidades, la diferencia en el salario y la constante amenaza del hostigamiento sexual, grupos de trabajadoras han sumado algunas victorias que, aseguran, las impulsan a seguir buscando mejores condiciones de trabajo para las mujeres.
Por Rocío Sánchez (Suplemento Letra S)
“Esto no me sale, a mí denme una escoba y un recogedor”, decía frustrada María durante sus clases de corte y confección. Hoy, junto a 18 mujeres más, fundó la empresa Angelus, dedicada a elaborar uniformes y otros productos. “Ahora es la más exigente con la calidad”, bromean sus compañeras.
Necesidades comunes unieron a estas mujeres del pueblo de Santa Fe, en el Distrito Federal. Muchas de ellas tienen hijos con discapacidad, algunas no tienen pareja y salir a trabajar les era muy difícil, pues no había quien cuidara de los niños. Al escuchar sobre otros proyectos de mejoramiento, se acercaron a la Universidad Iberoamericana, ubicada en la zona que comparte el nombre del pueblo, pero que es una de las más caras de la ciudad. Ahí, a través del Programa de Responsabilidad Social, decidieron que hacer una empresa de costura sería viable y rentable para las integrantes, por lo que aprendieron desde técnicas de corte y confección hasta administración para al fin constituirse, en febrero pasado, como una empresa.
Economía del cuidado
“Estas mujeres no quieren lástima, es un asunto de dignidad”, comenta la maestra Lorena Álvarez, coordinadora del Programa de Responsabilidad Social de la Ibero, y destaca el valor de emprender proyectos productivos como este en una comunidad colmada por 14 mil habitantes, donde sólo 40 por ciento cuenta con seguridad social. Pero las integrantes de Angelus ya trabajaban antes de formar su empresa de costura, sólo que en un ramo poco valorado económica y socialmente: la economía del cuidado.
La Organización Mundial del Trabajo (OIT) define a la prestación de cuidados como “la labor de ayudar a atender las necesidades físicas, psicológicas, emocionales y de desarrollo de una o más personas”, y puede desempeñarse tanto en el ámbito privado como en el público (en este último se ubican cuidadoras de menores, trabajadoras domésticas y voluntarios de la sociedad civil). Es en el espacio privado donde la economía del cuidado se desdibuja, pues los roles de género señalan a las mujeres como responsables del mantenimiento del hogar (limpieza, alimentación, administración) y del cuidado de hijos y personas mayores. Estas labores no son remuneradas, pero la OIT estima que el valor de este trabajo puede representar por lo menos la mitad del Producto Interno Bruto de un país.
“Estas mujeres no quieren lástima, es un asunto de dignidad”, comenta la maestra Lorena Álvarez, coordinadora del Programa de Responsabilidad Social de la Ibero, y destaca el valor de emprender proyectos productivos como este en una comunidad colmada por 14 mil habitantes, donde sólo 40 por ciento cuenta con seguridad social. Pero las integrantes de Angelus ya trabajaban antes de formar su empresa de costura, sólo que en un ramo poco valorado económica y socialmente: la economía del cuidado.
La Organización Mundial del Trabajo (OIT) define a la prestación de cuidados como “la labor de ayudar a atender las necesidades físicas, psicológicas, emocionales y de desarrollo de una o más personas”, y puede desempeñarse tanto en el ámbito privado como en el público (en este último se ubican cuidadoras de menores, trabajadoras domésticas y voluntarios de la sociedad civil). Es en el espacio privado donde la economía del cuidado se desdibuja, pues los roles de género señalan a las mujeres como responsables del mantenimiento del hogar (limpieza, alimentación, administración) y del cuidado de hijos y personas mayores. Estas labores no son remuneradas, pero la OIT estima que el valor de este trabajo puede representar por lo menos la mitad del Producto Interno Bruto de un país.
Del maltrato al reclamo
Existe un sector laboral que pugna por que se asigne un valor justo a la economía del cuidado. Quienes se dedican a este ramo –casi siempre mujeres– se han estado organizando en México desde hace una década. Así lo recuerda Marcelina Bautista, directora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH): “Comenzamos siendo cinco compañeras que no conocíamos nuestros derechos, vivíamos maltrato, discriminación, violencia sexual, y fue hasta mucho después, cuando estudiamos, que le dimos nombre a cada cosa que vivimos en el trabajo”.
En CACEH, desde hace 11 años, se distribuye información sobre los derechos de las trabajadoras del hogar, como los días de descanso, el pago justo y las vacaciones, ya sea repartiendo volantes o realizando talleres breves. “Si no los conocen, van a aceptar las condiciones de las patronas que les dicen que no tienen derechos porque están en una casa, no en una fábrica ni en una oficina”, dice Bautista a Letra S. Y a partir de la información distribuida entre las trabajadoras, también se ha alcanzado a algunas patronas que hoy por hoy ya buscan conocer sus obligaciones hacia sus empleadas.
A pesar de los avances, los retos son muchos; uno de ellos es el hostigamiento sexual. ¿El problema es tan grave como se dice?, se le pregunta a Marcelina, quien asiente y recuerda que ella misma fue víctima de esta práctica. “La mayoría de quienes vienen a capacitación dice que en algún momento vivió acoso. Muchas tienen que dejar el empleo y tienen miedo, no saben a dónde acudir”. Sin embargo, CACEH ha logrado visibilizar el problema y cada vez son más las mujeres que denuncian.
Bautista reconoce que su gremio tiene todavía un largo camino que recorrer hacia mejores condiciones laborales. “A veces nos consolamos pensando que ya hemos logrado algo pero cuando sabemos de una mujer a la que corrieron por estar embarazada, porque la señora ya no tiene para pagar después de 20 años de trabajo, porque ya no rinde por estar gorda o estar enferma, todas estas cosas nos dicen que no estamos logrando gran cosa, y eso para nosotras es un reto”.
Existe un sector laboral que pugna por que se asigne un valor justo a la economía del cuidado. Quienes se dedican a este ramo –casi siempre mujeres– se han estado organizando en México desde hace una década. Así lo recuerda Marcelina Bautista, directora del Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH): “Comenzamos siendo cinco compañeras que no conocíamos nuestros derechos, vivíamos maltrato, discriminación, violencia sexual, y fue hasta mucho después, cuando estudiamos, que le dimos nombre a cada cosa que vivimos en el trabajo”.
En CACEH, desde hace 11 años, se distribuye información sobre los derechos de las trabajadoras del hogar, como los días de descanso, el pago justo y las vacaciones, ya sea repartiendo volantes o realizando talleres breves. “Si no los conocen, van a aceptar las condiciones de las patronas que les dicen que no tienen derechos porque están en una casa, no en una fábrica ni en una oficina”, dice Bautista a Letra S. Y a partir de la información distribuida entre las trabajadoras, también se ha alcanzado a algunas patronas que hoy por hoy ya buscan conocer sus obligaciones hacia sus empleadas.
A pesar de los avances, los retos son muchos; uno de ellos es el hostigamiento sexual. ¿El problema es tan grave como se dice?, se le pregunta a Marcelina, quien asiente y recuerda que ella misma fue víctima de esta práctica. “La mayoría de quienes vienen a capacitación dice que en algún momento vivió acoso. Muchas tienen que dejar el empleo y tienen miedo, no saben a dónde acudir”. Sin embargo, CACEH ha logrado visibilizar el problema y cada vez son más las mujeres que denuncian.
Bautista reconoce que su gremio tiene todavía un largo camino que recorrer hacia mejores condiciones laborales. “A veces nos consolamos pensando que ya hemos logrado algo pero cuando sabemos de una mujer a la que corrieron por estar embarazada, porque la señora ya no tiene para pagar después de 20 años de trabajo, porque ya no rinde por estar gorda o estar enferma, todas estas cosas nos dicen que no estamos logrando gran cosa, y eso para nosotras es un reto”.
Agremieadas y capacitadas
Según cifras de la OIT, en 2002 el 40 por ciento de la población económicamente activa en América Latina eran mujeres, comparada con el 20.9 por ciento que se contabilizaba en 1960.
Pero cuando las mujeres trabajan fuera de su casa, la discriminación basada en el género permanece. De acuerdo con el informe “Comercio y género: oportunidades, desafíos y dimensión normativa”, publicado por la ONU en 2004, la desigualdad de género se refleja en la diferencia en las oportunidades de empleo, las condiciones de trabajo y la remuneración.
Esto lo sabe bien el Frente Auténtico del Trabajo (FAT), el cual agrupa a unos 40 mil trabajadores y trabajadoras, que a su vez están agremiados en sindicatos u organizaciones comunitarias. Aunque en 2010 celebraron 50 años de existencia, fue hasta 1995 que se incorporó el tema de la equidad de género a su agenda. Desde entonces, se han ocupado de la sensibilización, la formación y la organización de las mujeres trabajadoras, actividades que hoy están en “todas las zonas y en todos los sectores”, afirma Beatriz Luján, coordinadora nacional.
Aunque han tenido que lidiar con la resistencia de los líderes sindicales de mayor edad y los gremios tradicionalmente considerados masculinos, tienen también casos de éxito, como el de las mujeres despachadoras de gasolina. “Sus condiciones de trabajo eran de las más precarias”, describe Luján a Letra S. “Las personas no tenían sueldo fijo, antes al contrario, tenían que pagar por un área de trabajo; menos aún tenían prestaciones; debían vender cierta cantidad de productos al día (desde aditivos para motor hasta tortas) y si no lo conseguían, tenían que pagar de su bolsa el monto”. En el caso de las mujeres había que sumar que contrataban sólo a las de buen físico, por lo cual “el acoso sexual era terrible por parte de los dueños, los encargados, los compañeros y hasta los clientes”.
Al organizarse y formar el Sindicato de Trabajadores de Casas Comerciales, Oficinas y Expendios, este sector, que de acuerdo con Luján incluye a mucha gente joven, recibió capacitación sobre equidad de género, por lo que se pudieron mejorar las condiciones de trabajo y se logró prohibir expresamente el hostigamiento sexual. “Al menos ya hay reglamentos rígidos dentro de las estaciones de gasolina para que no se permita el acoso”.
Según cifras de la OIT, en 2002 el 40 por ciento de la población económicamente activa en América Latina eran mujeres, comparada con el 20.9 por ciento que se contabilizaba en 1960.
Pero cuando las mujeres trabajan fuera de su casa, la discriminación basada en el género permanece. De acuerdo con el informe “Comercio y género: oportunidades, desafíos y dimensión normativa”, publicado por la ONU en 2004, la desigualdad de género se refleja en la diferencia en las oportunidades de empleo, las condiciones de trabajo y la remuneración.
Esto lo sabe bien el Frente Auténtico del Trabajo (FAT), el cual agrupa a unos 40 mil trabajadores y trabajadoras, que a su vez están agremiados en sindicatos u organizaciones comunitarias. Aunque en 2010 celebraron 50 años de existencia, fue hasta 1995 que se incorporó el tema de la equidad de género a su agenda. Desde entonces, se han ocupado de la sensibilización, la formación y la organización de las mujeres trabajadoras, actividades que hoy están en “todas las zonas y en todos los sectores”, afirma Beatriz Luján, coordinadora nacional.
Aunque han tenido que lidiar con la resistencia de los líderes sindicales de mayor edad y los gremios tradicionalmente considerados masculinos, tienen también casos de éxito, como el de las mujeres despachadoras de gasolina. “Sus condiciones de trabajo eran de las más precarias”, describe Luján a Letra S. “Las personas no tenían sueldo fijo, antes al contrario, tenían que pagar por un área de trabajo; menos aún tenían prestaciones; debían vender cierta cantidad de productos al día (desde aditivos para motor hasta tortas) y si no lo conseguían, tenían que pagar de su bolsa el monto”. En el caso de las mujeres había que sumar que contrataban sólo a las de buen físico, por lo cual “el acoso sexual era terrible por parte de los dueños, los encargados, los compañeros y hasta los clientes”.
Al organizarse y formar el Sindicato de Trabajadores de Casas Comerciales, Oficinas y Expendios, este sector, que de acuerdo con Luján incluye a mucha gente joven, recibió capacitación sobre equidad de género, por lo que se pudieron mejorar las condiciones de trabajo y se logró prohibir expresamente el hostigamiento sexual. “Al menos ya hay reglamentos rígidos dentro de las estaciones de gasolina para que no se permita el acoso”.
Sindicalistas en acción
El conocimiento de las mujeres sobre sus propios derechos es un área en la que las organizaciones de trabajadoras se han enfocado. Tal es el caso de la Red de Mujeres Sindicalistas (RMS), fundada en 1997, que difunde información a través de talleres y, recientemente, el programa de radio “Onda sonora… el espacio de las trabajadoras”, que se transmitió durante tres años en Radio Ciudadana, estación del Instituto Mexicano de la Radio.
El año pasado, la RMS realizó una centena de encuestas para saber qué tanto conocen sus derechos las trabajadoras, narra en entrevista Guadalupe de la Garza, coordinadora de finanzas. “Nos fuimos de espaldas con los resultados porque nosotras partíamos de que ellas saben sus derechos, pero no tienen ni idea; llegaban a confundir un derecho con una obligación”. Ante esta necesidad de información, la organización prepara actualmente una serie de cápsulas que se transmitirán a través de radiodifusoras comunitarias en los estados de México, Oaxaca y Nuevo León, entre otros.
La RMS tampoco deja de lado el tema del acoso sexual, por el contrario, hace ocho años emprendió la primera campaña formal contra el hostigamiento, en conjunto con el Gobierno del Distrito Federal. Es uno de los que considera sus mayores éxitos pues consiguió hacer visible el tema. “Los hombres pensaban que era natural tratar así a las mujeres, y que no era natural que las mujeres los estuvieran acusando, denunciando”, recuerda De la Garza.
Además, han podido concientizar a las trabajadoras sobre sus derechos, como en el caso de las que laboran en la empresa automotriz Volkswagen, donde lograron que se instalara una sala de lactancia y en el futuro esperan conseguir un área de guardería, ya que las mujeres deben cubrir turnos distintos cada semana (por la mañana, por la tarde y por la noche). “No son logros nuestros, sino de las trabajadoras, pero hemos sido un detonante”.
El conocimiento de las mujeres sobre sus propios derechos es un área en la que las organizaciones de trabajadoras se han enfocado. Tal es el caso de la Red de Mujeres Sindicalistas (RMS), fundada en 1997, que difunde información a través de talleres y, recientemente, el programa de radio “Onda sonora… el espacio de las trabajadoras”, que se transmitió durante tres años en Radio Ciudadana, estación del Instituto Mexicano de la Radio.
El año pasado, la RMS realizó una centena de encuestas para saber qué tanto conocen sus derechos las trabajadoras, narra en entrevista Guadalupe de la Garza, coordinadora de finanzas. “Nos fuimos de espaldas con los resultados porque nosotras partíamos de que ellas saben sus derechos, pero no tienen ni idea; llegaban a confundir un derecho con una obligación”. Ante esta necesidad de información, la organización prepara actualmente una serie de cápsulas que se transmitirán a través de radiodifusoras comunitarias en los estados de México, Oaxaca y Nuevo León, entre otros.
La RMS tampoco deja de lado el tema del acoso sexual, por el contrario, hace ocho años emprendió la primera campaña formal contra el hostigamiento, en conjunto con el Gobierno del Distrito Federal. Es uno de los que considera sus mayores éxitos pues consiguió hacer visible el tema. “Los hombres pensaban que era natural tratar así a las mujeres, y que no era natural que las mujeres los estuvieran acusando, denunciando”, recuerda De la Garza.
Además, han podido concientizar a las trabajadoras sobre sus derechos, como en el caso de las que laboran en la empresa automotriz Volkswagen, donde lograron que se instalara una sala de lactancia y en el futuro esperan conseguir un área de guardería, ya que las mujeres deben cubrir turnos distintos cada semana (por la mañana, por la tarde y por la noche). “No son logros nuestros, sino de las trabajadoras, pero hemos sido un detonante”.
A la equidad por el trabajo
Para Guadalupe de la Garza, las mujeres tienden a concebir su trabajo como “adicional” al de los hombres. A esto se suma la doble jornada que viven, pues se asume que ellas son las únicas responsables del hogar. “Ni siquiera tienen las mismas posibilidades de capacitación que los hombres porque ellas llegan a la casa a seguir trabajando”.
Es decir, los estereotipos de género influyen en el trabajo femenino, de forma que “si no se ponen en tela de juicio las normas y las percepciones en materia de género, persistirá la discriminación contra la mujer en el lugar de trabajo”, sostiene la ONU en su documento “Comercio y género…”. Pero esa influencia también puede ir en sentido contrario: el crecimiento económico puede contribuir “de manera importante” a reducir la brecha de desigualdad y “tal vez a un cambio de las normas y percepciones sociales con respecto al género”.
Un ejemplo claro es lo que ha sucedido en las vidas de las costureras de Angelus, quienes sonríen al afirmar que sus parejas ahora comparten más las labores del hogar y el cuidado de los hijos que antes de que ellas se volvieran empresarias. “Yo sentía que todo lo tenía que hacer yo”, recuerda Eva. Ahora coincide con sus compañeras en que este proyecto las ha ayudado a ganar independencia, crecimiento personal, autoestima, y que ha sido un proceso de aprendizaje no sólo para ellas, sino también para sus esposos, hijos e hijas.
Para Guadalupe de la Garza, las mujeres tienden a concebir su trabajo como “adicional” al de los hombres. A esto se suma la doble jornada que viven, pues se asume que ellas son las únicas responsables del hogar. “Ni siquiera tienen las mismas posibilidades de capacitación que los hombres porque ellas llegan a la casa a seguir trabajando”.
Es decir, los estereotipos de género influyen en el trabajo femenino, de forma que “si no se ponen en tela de juicio las normas y las percepciones en materia de género, persistirá la discriminación contra la mujer en el lugar de trabajo”, sostiene la ONU en su documento “Comercio y género…”. Pero esa influencia también puede ir en sentido contrario: el crecimiento económico puede contribuir “de manera importante” a reducir la brecha de desigualdad y “tal vez a un cambio de las normas y percepciones sociales con respecto al género”.
Un ejemplo claro es lo que ha sucedido en las vidas de las costureras de Angelus, quienes sonríen al afirmar que sus parejas ahora comparten más las labores del hogar y el cuidado de los hijos que antes de que ellas se volvieran empresarias. “Yo sentía que todo lo tenía que hacer yo”, recuerda Eva. Ahora coincide con sus compañeras en que este proyecto las ha ayudado a ganar independencia, crecimiento personal, autoestima, y que ha sido un proceso de aprendizaje no sólo para ellas, sino también para sus esposos, hijos e hijas.
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